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Tragedias donde el corazón nunca se cura

«Y será también con el arte que se va a elaborar el remedio»

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El dolor se aprecia en los acrílicos de Carlos Alonso (Tunuyán, 4 de febrero de 1929) pero también su pasión por la belleza de la vida y su compromiso en la protesta contra los abusos humanos. Comprometido hasta la médula, la trajedia nunca le pasó al lado, le pasó por el centro. La prepotencia viajaba en Falcon Verde, Carlos estaba en su mira.

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“La noche entre el 23 y el 24 de marzo de 1976, nos encontrábamos reunidos en mi taller de la calle Esmeralda Hamlet Lima Quintana, Armando Tejada Gómez y el pintor Enrique Sobisch. Seguíamos por radio los acontecimientos del nuevo golpe de Estado. No imaginábamos esa noche cómo iban a cambiar nuestras vidas. Lo supimos a la mañana siguiente, cuando apareció muerto nuestro entrañable amigo, el editor Alberto Burnichón, que fue secuestrado por un grupo paraolicial junto a su hijo menor. Tiempo después, recogí el testimonio del hijo, que fue trasladado con él en el mimo Ford Falcon. Recordaba que su padre, durante el trayecto, increpaba con furia a los raptores, diciéndoles en la cara que eran unos «cobardes mal nacidos» y unos «sanguinarios asesinos». Les exigía, además, que dejaran en libertad a su hijo, que era menor de edad. Increíblemente, logró que dejaran al pibe en un descampado. Alberto Burnichón fue asesinado esa misma noche y arrojado a un pozo en la localidad de Mendiolaza, provincia de Córdoba. A partir de este crimen supimos cómo sería la muerte que nos estaba destinada por el Proceso.»

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«A los pocos días recibí en mi estudio la visita de dos personajes que, munidos de una carpeta mugrienta, con fotografías de indocumentados, se presentaron como funcionarios de migraciones. Mientras uno me mostraba hoja por hoja la carpeta para que yo reconociera a alguno, el otro husmeaba por mi taller. Luego de haberme informado sobre la falsedad del procedimiento, decidimos con mi familia dejar el estudio e irnos a dormir al departamento que nos facilitó un amigo. Teresa, mi mujer, estaba en el último mes de su embarazo y yo preparaba la muestra «El ganado y lo perdido», que se inauguró en Art Gallery por esos días, con amenaza de bomba y desalojo de la galería incluido. Mi hijo Pablo nació el 12 de abril y un mes después decidimos salir del país. Esa mañana tomamos un taxi hacia el aeropuerto de Ezeiza. En la vereda de Esmeralda y Paraguay, quedó saludándonos, con los brazos en alto, mi hija Paloma.

Fué la última vez que la vi.»

Fuente: Carlos Alonso: Pintor con manos de pueblo

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